La sexualidad continúa siendo un tema complejo para la mayoría de las mujeres. Nuestra herencia cultural no nos ha facilitado vivirla y aceptarla de forma natural, sino como algo que era “impropio” de nosotras, por lo que muchas se han relacionado con su sexualidad desde la pasividad, la complacencia al otro, la represión…
Los siglos de historia que todas cargamos nos recuerdan, de manera inconsciente y desacertada, que la sexualidad sana, adecuada (y por consiguiente la mujer sana, adecuada) debe ser la que se da dentro de una relación conyugal, entre personas de distinto sexo y con fines reproductivos y no aquella que se manifiesta como una parte natural, sensorial y placentera de la experiencia humana. Este modelo de transmisión de la sexualidad, que vamos heredando de generación en generación, consigue que sean muchas las mujeres que la viven con culpa.
Al mismo tiempo, esta manera tan castradora de vivir nuestra sexualidad ha coexistido, en los últimos años, con una hipersexualidad sin precedentes o comparable a la de los años 60 y 70 que, en ocasiones, nos ha conducido a una ‘obligatoriedad sexual’ no deseada. Actualmente muchas mujeres creen sentirse libres a la hora de expresar su sexualidad, y es cierto que algunas lo son. Pero también es cierto que entre ellas hay mujeres que están respondiendo más a un ‘nuevo’ modelo de relación sexual que a un deseo propio.